Ancianos


Es curioso como, en el atardecer de la vida, algunas personas se vuelven como niños, pero independientemente de que lo hagan o no, tendemos a tratarlos como tales. Es habitual, en el hospital encontrarse al hijo de un paciente mayor (viejo es lo que no sirve, que dice mi abuela) que te dice utilizando los circunloquios más curiosos que si su padre tiene algo «malo» prefiere que no se lo digas. Siguiendo las normas deontológicas básicas le cuentas que el paciente es el que tiene derecho a la información y que si quiere saberlo tú se lo vas a decir. Lo más curioso del tema es que cuando eso ocurre y el paciente mayor te pregunta y le cuentas lo que tiene, y le dices que se va a morir, suele ser este mismo el que mejor lo asimila, y el familiar protector el que peor lo pasa y no consigue interiorizarlo. Creo que nuestra generación, e incluso la de nuestros padres ha conseguido alejar la muerte tanto de lo cotidiano, que intentamos evitarla incluso cuando sabemos que está próxima. Nuestros mayores, esos a los que tantas veces tratamos de proteger, están mucho más preparados que nosotros, no sólo por que la noten más cerca, si no porque ya han jugado con ella al ajedrez.